La apuesta de Saudi Telecom Company (conocida como STC Group) por Telefónica es solo una pieza más del nuevo puzle que está construyendo la petromonarquía, con Europa, Occidente y el resto del mundo entre ceja y ceja. Su objetivo no es otro diversificar su estructura económica, todavía tremendamente dependiente del crudo. Hasta ahora, su presencia en empresas españolas era limitada: lo más destacado había sido la compra, en 2007, de una gran planta de fabricación de plásticos en Cartagena, acometida a través de la estatal Sabic. Telefónica es otra cosa: una de las mayores empresas del país, pese a sus horas bajas en Bolsa en los últimos tiempos.
Las autoridades saudíes —una dictadura señalada por la represión y su falta de respeto a los derechos humanos— lanzaron hace siete años un ambicioso plan, Vision 2030, que contemplaba su desembarco en un sinfín de ámbitos, no solo empresariales, siempre a golpe de talonario: del fútbol —la Supercopa de España se celebra allí desde 2020 y varias figuras de la liga española han hecho las maletas rumbo a Riad en los últimos meses— a la cultura; de la ciencia al ocio. El gran patrocinador de todos estos proyectos es el príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, un treintañero amante de la tecnología y decidido a que su país —cerrado, muy cerrado; desigual, muy desigual— dé un salto de gigante escaparate internacional.
Con 36 millones de habitantes y un billón de euros de PIB (una cifra similar a la de Países Bajos y un tercio menos que España), el Reino del Desierto, gobernado con mano de hierro por la familia que le da nombre —los Saúd—, es, de largo, la mayor economía del Golfo. Pese a la reciente pulsión diversificadora, el petróleo es —y seguirá siendo durante mucho tiempo— su principal fuente de ingresos: es el mayor exportador de crudo del planeta. La petrolera estatal, Aramco —una de las compañías más grandes del planeta— salió a Bolsa poco antes de la pandemia, pero más del 90% de sus acciones siguen en manos del Estado.
“Llevan siete años inmersos en un proceso de cambio en la imagen que proyecta al resto del mundo”, resumía recientemente, en conversación con este diario, Sanam Vakil, directora del programa para Oriente Próximo y el norte de África del think tank londinense Chatham House. “Su objetivo es doble: diversificar su economía para adelantarse a un futuro en el que el petróleo será residual y lograr un cambio interno de mentalidad, con una cierta liberalización social y un aumento en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo”.
El precedente saudí
La estrategia saudí tiene un precedente, aunque a mucha menor escala, en Qatar, muy dependiente de los ingresos procedentes del gas y del crudo. La apuesta catarí por las grandes empresas cotizadas españolas viene de atrás: su fondo soberano entró en el capital de Iberdrola en 2011 y hoy tiene una participación cercana al 9%. También un 19% de la inmobiliaria Colonial. Su aerolínea de bandera, Qatar Airways, cuenta con algo más del 25% del grupo hispano-británico de aerolíneas IAG (al que pertenecen, entre otras, Iberia y British Airways). Fuera del Ibex, el jeque Hamad Bin Jassim Bin Jaber al Thani llegó a tener el 11% de El Corte Inglés, aunque ahora apenas controla el 5,5%. Desde este martes, a la apuesta de Qatar por España se une su vecina Arabia Saudí.
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