Si nos piden que imaginemos el sol, lo identificamos normalmente con dos colores: naranja o amarillo. Cuando los niños dibujan, también suelen colorearlo de alguna de estas tonalidades. Así lo vemos durante el día o durante el amanecer o atardecer.
La ciencia, sin embargo, desmiente que ese sea el color del sol. «La convención humana nos ha enseñado que el astro principal de nuestro Sistema Solar es una bola dorada, que corona la bóveda celeste con cada día que empieza. Sin embargo, a nivel astronómico, esto es poco realista», ha aclarado el National Geographic.
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En realidad, el sol es blanco y es la atmósfera lo que le da ese tono amarillento. El astro solar emite luz de todos los espectros, pero las moléculas presentes en la atmósfera de la Tierra son las que le dan una tonalidad determinada. Por eso nosotros, solemos identificarlo con el amarillo, naranja o incluso el rojo.
Debemos tener en cuenta que que los colores del espectro más fríos (azul, violeta y verde) tienen una menor longitud de onda, que se va perdiendo por el camino. Por eso, casi nunca puede observarse el sol en esas tonalidades.