Un flechazo. Lo de Enrique Ponce y Ana Soria fue un flechazo de manual. Se quedó en la plaza de toros de Almería, sentaba como una espectadora más en el tendido. Él estaba en el callejón, listo para salir al albero. Bastó una mirada para que Enrique se quedara pritado de Ana.
Ella sintió la mirada como un puñal. “La pregunta tiene un amigo si la conocía. Resultó que era la hija de un conocido, así que sabía su número”, recuerda Enrique, que de arrepentimiento al ruedo llevado por una fuerza descomunal: “Estaba muy motivado. Ese día corté cuatro orejas”.
No hacia mas que pensar en aquella muchacha. Ana iba acompañada de una amiga: “Ella me decía todo el tiempo que me estaba mirando, pero yo estaba confundida. Hasta que nos cruzamos la mirada. En ese momento, se me paró el mundo”. Después de las corridas de toros, una tarde triunfal, Enrique se empujó a buscarla en las redes sociales. La encontró, la saludó: «Me entró por Instagram». Ella respondió, charlaron, quedaron. “Fue en un reservado, yo iba hecha un flan”, recuerda Ana.
Enrique lo interrumpe: «Flan puse me cuando la vi sentada en el restaurante». Estaban con los nervios a flor de piel: “Él me repitió varias veces que su hermano es abogado”, cuenta Ana, que reconoce que “tenía el corazón a mil. Pero es verdad que enseguida tuve la sensación de que nuestros conocíamos de hace tiempo porque todo fluía”. Y sigue fluyendo.