El blockchain es una tecnología silenciosa. Su aplicación práctica no es tan fácil de visualizar para el ciudadano de a pie como el metaverso o la inteligencia artificial. Y, sin embargo, augura una revolución económica de calado. Eso sí, antes de hablar de su potencial conviene definir de qué hablamos cuando hablamos de blockchain. Sus inicios están vinculados a las criptodivisas, sobre todo al bitcoin, pero su recorrido es mucho mayor y producirá cambios importantes en los sistemas de pago —la mayoría de los bancos centrales trabajan ya en sus monedas digitales—, la logística, la industria de los videojuegos o en el mundo de la inversión gracias a la tokenización —hacer una réplica digital de un activo real—.
La tecnología blockchain no es solo una base de datos, es un conjunto de tecnologías que permiten la transferencia de un valor o activo de un lugar a otro sin intervención de terceros. En este sentido, y según explican los expertos del BBVA en su web, propone un nuevo modelo en el que la autenticidad no la verifica un tercero, sino la red de nodos —computadores conectados a la red— que participa en blockchain. De ahí que ninguna transferencia de valor —ya sea dinero u otro activo que posea alguna clase de valor— se efectúe por medio de un intermediario, sino a través de un consenso, permitiendo almacenar la información de manera transparente.
Como su nombre indica, blockchain es una cadena de bloques, los cuales contienen información codificada de una transacción en la red. Y, al estar entrelazados (de ahí la palabra cadena), permiten la transferencia de datos (o valor) con una codificación bastante segura a través del uso de criptografía. “Lo verdaderamente novedoso es que la transferencia no exige un tercero que certifique la información, sino que está distribuida en múltiples nodos independientes e iguales entre sí que la examinan y la validan sin necesidad de que se conozcan entre ellos. Una vez introducida, la información no puede ser eliminada, solo se podrá añadir nueva información, ya que los bloques están conectados entre sí a través de cifrado criptográfico, por lo que modificar datos de un bloque anterior a la cadena resulta imposible, ya que se tendría que modificar la información de los bloques anteriores”, explican desde el BBVA.
Los grandes bancos ya hacen cuentas de lo que se avecina. Citi, por ejemplo, ha publicado un extenso informe sobre el impacto económico del blockchain. Solo las monedas digitales (CBDC, según sus siglas en inglés) emitidas por las principales economías del mundo tendrían una valoración de cinco billones de dólares a finales de esta década y ocuparán el teléfono móvil de 2.000 millones de personas. El 90% de los bancos centrales dirigen programas piloto que implican el uso de monedas virtuales. Aunque el BCE piensa que hasta dentro de tres o más años no estará disponible el nuevo euro. Quedan —por ejemplo, su efecto sobre la privacidad— incógnitas que despejar.
Nuevos formatos
Quizá, Manisha Patel, experta en finanzas del FMI, tenga algunas soluciones. Primero, el sentido social. ¿Cómo ayudarían a los más frágiles? “Estos nuevos formatos digitales están siendo explorados por muchas economías en desarrollo debido a sus posibilidades de aumentar la inclusión financiera. Lo lograrán si son un instrumento de pago asequible y ampliamente aceptado”. Pero necesitan una infraestructura extensa de internet y acceso a los teléfonos móviles. Es la forma de superar las barreras. Queda, el tiempo y su lógica. “Las propuestas personalizadas en cada país pueden llevar varios años”. Ese cardiograma lleno de arritmias que es el bitcoin puso de moda la tecnología y con él, profetas de la culpa y la redención.
¿Y qué pasará con los criptoactivos si se popularizan las monedas digitales oficiales? “Las criptomonedas sobrevivirán como una forma de pago dentro de la economía sumergida, las actividades ilegales y la evasión de impuestos. Compiten con los billetes de 100 dólares”, prevé Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI. “Se van a utilizar para la especulación y el delito”, corrobora Emilio Capela, socio de McKinsey & Company. Aunque también surgen quienes creen en la redención. Enrique Dans, profesor en IE Business School, valora la libertad que da no depender de un banco central. Y se entusiasma al hablar de su hermano pequeño de ocho años, el ethereum, “una comunidad de código abierto que, a diferencia del bitcoin, consume mucha menos energía al minarlos [fabricarlos]”, sostiene. “Con esta tecnología no habría ocurrido el crash de 2008″.
Otro negocio que vislumbra montañas de dinero con el blockchain es el de los videojuegos. El año pasado unos 3.200 millones de jugadores o gamers usaron la cadena de bloques. Estos chicos no suelen preguntarse qué tecnología hay detrás de sus videojuegos, pero junto al ecosistema Web3 (el inversor Packy McCormick la define como “un internet que es propiedad de los desarrolladores y los usuarios, coordinada con tokens) mejorarán la experiencia al sentarse frente al ordenador. La consultora especializada en este espacio intangible, Newzoo, calcula que generan 184.000 millones de dólares. Este es el presente, el pasado dejó cicatrices. Todo iba más o menos encauzado hasta que el bitcoin empezó a estar rodeado de polémicas. “Las criptomonedas han sido como el Prestige para la reputación de la cadena de bloques, sin embargo la tecnología en la que se basan resulta muy útil”, compara Javier Pino, experto de Afi. Fraudes, robos y la quiebra de la plataforma FTX son recuerdos que dañan la memoria del mundo cripto.
Pese a que también juega su mano en esta partida el consumo (el mundo de la distribución ganará en eficiencia con el uso masivo de los sistemas de bloques), este tapete es, sobre todo, verde financiero. Y las dos grandes tecnologías (blockchain y tokenización) desean repartirse el futuro. La tokenización lo cambia todo porque casi todo es tokenizable. Una línea de crédito, la inversión mínima en capital riesgo, la compra de una casa, los derechos de las canciones, los derechos de imagen, las acciones, las divisas, el oro, un cuadro de Picasso… Los activos digitales democratizan —argumentan sus defensores— inversiones creadas para las élites o que ni existían en los mercados financieros.
“La tokenización puede transformar la infraestructura financiera y no financiera y los mercados públicos y privados entre los próximos 5 y 15 años”, calcula Alkesh Shah, director de estrategia de activos digitales de Bank of America Global Research. El mercado de acciones digitales tokenizadas se estima que en 2030 alcanzará entre cuatro y cinco billones de dólares. “Ya permite reducir el riesgo de crédito, aumentar la liquidez de activos que antes eran ilíquidos o asignar el capital de forma más eficiente”, desgrana el analista. Incluso estos días circula por Madrid una pintura, valorada en más de 50 millones, que su dueño estudia tokenizarla a través de los NFT (del inglés non-fungible tokens o token no fungible). O sea, único e irrepetible.
Y de súbito, el día: alguien quiere reinventar las finanzas. “La próxima generación de los mercados, la próxima generación de las acciones será su tokenización”, avanzó Larry Fink, presidente y fundador de BlackRock, la mayor gestora del mundo, en noviembre de 2022 en The New York Times. Si Picasso reinventó la pintura al prescindir del punto de fuga, la disrupción tecnológica está preparada para reimaginar las finanzas. Ayudan, también, dos ciencias inseparables: la sociología y la criptografía. El 67% de la generación del milenio (nacidos después de 1981) de todo el mundo prefiere guiarse por recomendaciones de un ordenador (robo advisor) a la hora de invertir. “Tecnología y experiencia digital”. Este es el ídolo de la firma de inversión Schroders. Después acude la mayor herencia de la historia. En las próximas décadas —cuentan los expertos de la gestora— los antiguos chicos del baby boom (entre finales de los cincuenta y setenta) del Reino Unido legarán 5,5 billones de libras a los mileniales y la generación Z. Una cifra que en Estados Unidos (68 billones de dólares) semeja un nuevo Día de la Independencia. “En la actualidad, los tokens no están definidos ni regulados de forma coherente en todas las regiones, pero las administraciones abordarán esa carencia”, vaticinan en Schroders.
Pues la tokenización (bendecida por los colosos de Wall Street) ya ha llegado a la economía. Firmas de capital riesgo como KKR, Hamilton Lane y Apollo están digitalizando algunos de sus fondos a través de plataformas de blockchain que muchos seguidores de esta nueva álgebra conocen: ADDX, Avalanche o Polygon. En la misma calle, otros gigantes —Goldman Sachs, HSBC, JP Morgan, Citi y Société Générale— diseñan sus propias estructuras donde negociar con activos digitales. “Es una oportunidad para desarrollar el uso de estos servicios a gran escala”, destaca John Gladwyn, gestor de Pictet Digital. De hecho, Hamilton Lane ha bajado la inversión mínima de alguno de sus fondos de 125.000 a 10.000 dólares. Y a finales del año pasado, KKR tokenizó su fondo de cuidados sanitarios en Avalanche. Incluso el valor de mercado del oro tokenizado superó en marzo los 1.000 millones de dólares.
Innovación constante
Las finanzas saben que tienen que innovar constantemente o, como un sueño repetido, carecerán de valor. Hasta ahora, las cripto tenían el gran problema de la volatilidad. La forma de sortear esta alambrada son los stablecoins (monedas estables). La divisa se vincula a una moneda como el dólar para aportar estabilidad. Es un mercado de 7,8 billones de dólares (unos siete billones de euros) en transacciones el año pasado. Pero aparecen los hackers, que nunca se han ido, o los especuladores, que son rémoras de cualquier ecosistema donde fluyan mares de dinero. Emergen dudas. “Las versiones estables son poco útiles como depósitos de valor porque nunca está claro si tienen suficiente colateral [activos] para estabilizar la moneda en caso de ataques”, advierte José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
Dentro de las incertidumbres de toda tecnología, quizá uno de los espacios donde existe más consenso reside en los contratos inteligentes (smart contracts). Un software. Programación. Permite que se ejecute una orden preestablecida cuando se dan una serie de requisitos. Si tiene lugar “esto”, entonces sucede “aquello, garantizando un alto nivel de precisión y cumplimiento”, relata Álvaro Casado, responsable de activos digitales de KPMG. Funciona a través del blockchain, por lo que los términos del acuerdo se guardan en una base de datos distribuida. Pueden verse pero no modificarse. “Un beneficiario claro será el comercio internacional, que emplea una cantidad enorme de documentación y condiciones, y podría automatizarse con reglas estandarizadas y opciones más simples de negociación”, describe García Montalvo.
Con este tipo de contratos y la tokenización de la cadena de suministro, quienes hacen una fortuna falsificando, por ejemplo, bolsos de Louis Vuitton lo tendrían difícil. “Dolce & Gabbana o Gucci ya han lanzado experimentos vendiendo prendas digitales protegidas dentro de ese blockchain”, comenta Javier Molina, analista de eToro. Y añade: “Si como cliente compro el NFT o, digamos, una bufanda digital, está garantizado que solo yo soy el propietario”. Porsche y Mercedes están entrando también en esta tecnología.
No es solo dinero. En los países en vías de desarrollo los medicamentos adulterados (entre un 10% y el 30%) cuestan un millón de vidas al año. Por eso el valor de trazar, de seguir el rastro. “Walmart junto con IBM han conseguido conocer el recorrido del zumo de naranja desde una explotación en Sudáfrica hasta llegar al consumidor estadounidense en solo tres segundos”, recuerda Daria Krivonos, consejera delegada del Instituto de Estudios del Futuro de Copenhague. Alrededor del 20% de las 10 principales empresas mundiales de alimentación utilizarán en 2025 la cadena de bloques. Ahí conviven con los emprendedores. BlockBar es una plataforma regida por blockchain que permite a las marcas de bebidas de lujo emitir NFT sobre una colección de vinos o licores raros. El objetivo es poseer estas botellas exclusivas y venderlas en el mercado secundario. “La empresa las guarda en unas instalaciones de última generación y pueden enviarse a todo el mundo o recogerlas en más de 250 puntos de venta libres de impuestos”, aclara su presidente, Sam Falic.
La apuesta de las marcas
Poco a poco arraiga un ecosistema cuya tierra fértil es la del blockchain y donde las marcas construyen comunidad. Adidas ha creado una colección de NFT llamada En el metaverso, Balenciaga ha diseñado diferentes estilismos para los avatares del juego Fortnite, Gucci vendió por 4.000 dólares un bolso virtual en la plataforma de videojuegos Roblox y Nike adquirió el fabricante digital de zapatillas RTFKT Studios.
Pero esta tecnología no solo vive en ese fino aire digital, también toca el suelo. “La aplicación de las tecnologías digitales y el blockchain —si se ajustan a las necesidades locales y garantizamos que los pequeños productores también puedan acceder a ellas— podrían generar grandes beneficios a la economía en su conjunto, y conseguir una mayor eficiencia, productividad, resiliencia y sostenibilidad”, enumera Máximo Torero, economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Y avisa: “Existe el riesgo de agravar las desigualdades si estos progresos continúan siendo inaccesibles para las mujeres, los jóvenes o los pequeños productores”.
Todo ocurre sin olvidar que la tokenización es una tecnología que atañe, también, al pensamiento. La venta de los catálogos musicales de artistas de éxito a empresas como Hipgnosis —dirigida por el canadiense Merck Mercuriadis— está generando miles de millones. Los cantantes ganan mucho dinero que los libera de cualquier presión para el resto de sus vidas y las compañías hacen caja a través de los derechos de reproducción. Universal Music Publishing ha pagado unos 600 millones de dólares a Bob Dylan para hacerse con el catálogo y los másteres de grabación, Bruce Springsteen ha vendido 300 canciones, 20 álbumes de estudio y 23 en directo por aproximadamente 500 millones y Sting enajenó toda su producción a Universal tras recibir más de 300 millones. Unos 130 creadores (Paul Simon, The Killers, Phil Collins o Neil Young) ya han liquidado sus trabajos.
Sin embargo, invertir en la propiedad intelectual resultaba imposible hasta ahora para un ahorrador normal. Aquí entra la tecnología blockchain, la tokenización y su capacidad de fragmentar. El coproductor del tema de Rihanna Bitch Better Have My Money (Zorra, más vale que tengas mi dinero) ha conseguido 63.000 dólares (58.000 euros) después de tokenizar los derechos de su canción con NFT. Los dividió en 300 partes por 210 dólares a través de la plataforma AnotherBlock y fueron adquiridos por 205 personas.
La conversión de obras maestras en activos digitales abre un gran negocio, pero también genera dudas éticas
La conversión de una obra en un activo digital para explotar su valor está dividiendo al mundo del arte. En los últimos meses de 2021, el criptoarte basado en NFT atravesaba su invierno. Después de que el artista Beeple (Mike Winkelmann) adjudicara un NFT (Everydays: The First 5000 Days) por 69,3 millones de dólares en Christie’s, casi todo el sector pensó que había terminado la orgía artística más absurda de la historia. “Son una estafa igual que las criptomonedas”, califica el comisario independiente Bartomeu Marí. “El anarquismo de derechas buscaba un medio para escapar del control financiero de los Estados y no pagar impuestos. No he visto ninguna obra de arte fabulosa en ese formato”. Pero la persecución del dinero por el ser humano resulta extenuante. El estudio de Jackson Pollock ha convertido los restos de pintura que manchan el suelo en NFT. Produjo —en asociación con la plataforma Web3 Iconic— cuatro en una tirada de 100 unidades. Las comercializó online el 19 de julio. Se vendieron (en dólares y en ethereum) todas en solo tres horas por unos 400.000 euros. Pollock trabajaba dejando gotear la pintura a través del mango de madera de los pinceles.
Los trabajos de Rafael Lozano-Hemmer se exponen en algunas de las galerías más prestigiosas del mundo, como Pace. Una pieza suya llega al millón de euros. El final de la conversación resume sus principios. “Me he asegurado de que mi nombre no se asocie con los NFT debido a su intrincada relación con las criptomonedas”, resume. Defiende que pueda ser una forma de vida para artistas de comunidades que están mal representadas en el mercado. “Sin embargo, estoy menos impresionado con creadores que tienen una posición privilegiada —pienso en yo mismo— y aun así los producen”, critica. En nueve días del mes de abril, el artista británico Damien Hirst se embolsó 19 millones de euros por la venta de 5.508 pinturas de su serie en espiral generadas por inteligencia artificial. Exactamente, 399 fueron NFT. Pese a todo, instituciones como el Lacma, Castello di Rivoli, Buffalo AKG o el Pompidou los han incluido en sus colecciones. En lo nuevo siempre existe la duda entre lo que perecerá y lo que desdeñará la historia.
Pero ese fallo no se puede cometer con los maestros antiguos. El Gobierno italiano detuvo en julio del año pasado la venta de NFT de obras maestras de los museos del país. Ingresar unos 70.000 euros por el Tondo Doni (Uffici, Florencia), de Miguel Ángel, es un fracaso de negocio. Con la pandemia, muchos buscaron fondos para sobrevivir. Ahora, Italia no firmará más contratos: quiere proteger su patrimonio cultural. El responsable de una de las grandes pinacotecas españolas —quien solicita el anonimato— reivindica la posesión física. “La colección pertenece a todo el país. Sería devaluar las obras si entramos en esas ventas digitales a personas concretas”, reflexiona. Sin embargo, el Museo Thyssen ha decidido utilizar esta herramienta con la tela Les Vessenots en Auvers (1890), de Van Gogh. La institución vende 100 versiones por 30.000 euros, que se pueden adquirir en el NFT Marketplace de Telefónica.
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